Fue un soñador de mundos, imágenes, paisajes, formas de relacionarnos, de narrar.
Se reconocía como un “convencido de que el mundo es un lugar lleno de historias para vivir y contar, un lugar donde las experiencias de otros pueden ayudarnos a entendernos a nosotros mismos”. Su cámara era la extensión de su alma, el puente entre el asombro de la mirada y la magia del vuelo de un pájaro, la sonrisa de un niño, las manos curtidas por el sol y el trabajo de un campesino, la belleza ofrecida por las profundidades del mar, las ausencias en territorios y paisajes desolados por la codicia
humana generadora de desplazamiento y dolor. Con igual intensidad, dedicación y asombro, destacó la abundancia de amor desbordado en la solidaridad humana entre los desposeídos y en los límites y las fronteras de la incertidumbre social.
Su pasión por documentar en imágenes la vida lo llevó a una alquimia muy interesante y centro de su hacer profesional. Una vez superado el dominio de la técnica, pasó a interrogarse por el lenguaje que le permitiera explorar lo verdaderamente esencial de este arte, poniendo a prueba sus habilidades, experiencias, intereses y saberes; viviendo su propio proceso de cambios y transformaciones personales a través del descubrimiento de nuevas formas de ver e interpretar la vida.
En este libro, Retóricas del cine de no ficción en la era de la posverdad, quedan plasmadas sus búsquedas intelectuales y existenciales, con una propuesta reflexiva y pedagógica alternativa.
Viajero incansable, acompañado siempre por su cámara, que era su bitácora de vida, realizó uno de sus sueños trabajando para National Geographic: vivir en varios países, lo cual le amplió su espectro visual y cultural en función de la comunicación y la expresión visual.
Traslado luego su pasión a las aulas universitarias, y fue uno de los fundadores del programa de Comunicación Audiovisual y Multimedial en la Universidad de Antioquia, que acaba de cumplir 15 años. El regalo de Alejandro fue dejar un texto fundante, con las bases filosóficas, epistemológicas, etnográficas y sociológicas que hacen que el oficio del documentalista se encuentre en el cruce y centro de muchos saberes.
En memoria de mi hijo Alejo. Alejo, hijo amado, me preguntaste en alguna oportunidad si te ayudaría a llegar al final. Yo te respondí que sí, que para todos tus proyectos y necesidades podrías contar conmigo. Te acompañé a publicar tu libro, leí el borrador contigo y luego en el trabajo editorial. Discutí los contenidos en largas y enriquecedoras horas contigo. He tratado de darle vida a tu muerte, y a mi tristeza por tu ausencia, un sentido. Este libro es el mejor regalo para que vivas en la memoria de tu hijo, familia, amigos, docentes, alumnos y lectores, quienes tendrán la posibilidad de acercase a tu sentir, a tus sueños y reflexiones, a tu alma sensible, comprometida y visionaria.
Margarita Peláez, abril del 2019
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