Por Margarita María Peláez Mejía.
“Con la vara que midas, serás medido”.
En el río de palabras que circulan en la virtualidad, que me generan la ilusión que hay alguien o algunos afuera en el mundo digital que acompañan mi soledad, derivada del aislamiento colectivo, pánico mundial por la pandemia, miedo a los y las otras; la experiencia con mi bastón me puso en contacto con la realidad, la solidaridad, la empatía y contacto con lo humano.
Las narrativas, las historias y cuentos, son como un espejo que nos devuelve nuestra propia imagen, así, mientras camino reflexiono en cómo estoy estrenando y entrenando caminar con mi bastón, para sostener mi rodilla derecha con ritmo parejito .
Recuerdo que desde mi infancia siempre me han llamado la atención los bastones que han servido para apoyarse física y moralmente a las personas, también han sido usados para la defensa o como vara de poder y mando.
Es tan antiguo este símbolo que acompaña la iconografía de culturas tan diversas como la de Egipto, Mesopotamia, Roma…, además de ser símbolo de las grandes religiones. La encontramos además en las comunidades ancestrales americanas y en nuestro país en la guardia indígena, con sus bastones “protectores de la resistencia”.
Traigo a mi mente el báculo de los obispos y la vara utilizada en el pastoreo campesino, además lo relaciono con el bastón de mando de las bandas musicales. De niña jugábamos a los reinados de belleza, que eran una alienación nacional, plena de estereotipos de la belleza femenina. Para estos Juegos diseñábamos el cetro, imitando la reina no sólo de belleza, sino las reinas de la nobleza con su corona. El cetro históricamente es una vara, bastón recto coronado con la cabeza de un animal de poder del Clan, del linaje. Era muy común entre los reinos asiáticos usarla, luego se impuso en Grecia y perdura hasta nuestros días con su máximo exponente en la realeza inglesa. La Iglesia Católica cambió el animal que representaba el Clan, por una cruz.
Es innegable el papel que ocupan los símbolos en el comportamiento humano, en su psiquis, en la literatura, en el arte, en la cultura en general. ¿Qué significa para mí usar un bastón?, ¿cómo me cambiará la vida?
De la reflexión anterior puedo deducir el papel tan relevante que ocupa el bastón en el inconsciente colectivo como un símbolo, una imagen asociada que da una respuesta, un sentido a un comportamiento y a la expresión de una gran gama de sentimientos (religiosos, de poder, artísticos, herramientas de trabajo). Como podemos ver, este objeto, palo, bastón, posee varios simbolismos: objeto de defensa, ataque, autoridad, poder, apoyo, báculo para los ancianos, bastón y apoyo para las personas en estado de incapacidad y movilidad.
Mi historia con el bastón se inició con un viaje a España, Portugal, Marruecos e Italia. Salimos de Bogotá rumbo a Madrid, en el avión me tropecé al pararme de la silla para ir al baño,sentí un jalón en la pierna derecha que me cogió hasta la cadera. Quedé muda y paralizada por el dolor, respiré profundamente, esperé y con lágrimas que me recorrían las mejillas, fui al baño. Éste fue el inicio de un paseo de un mes con un compañero inusual y molesto: el dolor. No me quejé, aguanté. No quería perturbar la alegría del grupo y la ilusión del paseo tan planeado.
Al regreso de Europa, creí que con descanso, hidroterapia, jacuzzi, masajes, todo volvería a la normalidad. Mi primera actividad sanadora fue ir a un jacuzzi, allí un hombre joven se quedó mirando mis piernas y me dijo: “señora, si no me equivoco usted tiene un dolor en la pierna derecha”. Le respondí: “es cierto”. Continuó: “por su caminado creo que tiene rotura de meniscos y ligamentos cruzados”. Me comentó que era ortopedista, especialista en rodillas, luego nos pusimos a conversar sobre el viaje que había realizado. Le pedí me dejara su tarjeta profesional en recepción, para solicitarle cita. Pasé por allí ese día y toda la semana preguntaba si me habían dejado un teléfono o tarjeta de un médico socio del lugar, la respuesta siempre era un No.
Decidí entonces buscar al azar en el directorio médico de mi aseguradora en salud, un ortopedista especializado en rodillas. Llegué al consultorio, y cuál sería mi sorpresa al encontrarme con el ortopedista inicial. Concluimos que no era casualidad, sino causalidad. Me envío a realizarme exámenes de diagnóstico, que dieron como resultado “ruptura de menisco y ligamentos cruzados”, lo que me había dicho con sólo mirarme y observar mis movimientos. Pensé que era un sanador, con su capacidad de diagnosticar a partir de la lectura corporal. Me aconsejó ir a fisioterapia y acompañarme de un bastón, que me abrió ventanas a otras realidades humanas.
En la actualidad salgo acompañada y apoyada ocasionalmente en mi bastón, cuando tengo dolor, así he podido leer los sentimientos, el comportamiento y mirada de quienes me rodean: las personas mayores me sonríen con complicidad y solidaridad, pensando y sintiendo que esta posibilidad no les es ajena. Cuando voy al banco a pagar cuentas, tengo prioridad; la persona encargada de dar los turnos me asigna puesto prioritario; en los parqueaderos los vigilantes me ayudan a parquear y me reservan el mejor sitio. Los vendedores ambulantes me miran como una “par”, una “parce” en situación de vulnerabilidad como ellos, no me ofrecen sus mercancías, ni me piden colaboración. Uno me dijo: “Al que lucha por la vida señora, no lo mata ni la muerte. ¡¡¡Ánimo!!!”.
En la calle se ofrecen todo tipo de personas de diversa condición social, edad y género para protegerme en el cruce de la calle o pasar las cebras, lo hacen con afecto y simpatía.
Respeto y solidaridad son las expresiones de las personas que me he encontrado y me han devuelto la esperanza en una humanidad empática. Mi única certeza en el camino que transcurre con el asombro y magia de vivir, llorar, reír, amar. He caminado con el corazón abierto y dispuesto a fluir con lo que la vida me brinda día a día porque la vida sin piel, sin contacto, sin cruce de miradas, olores, gestos, manos solidarias, es decir, sin humanidad, no tiene sentido.
Esta lección de vida se la debo a mi Maestro: ¡MI BASTÓN!.
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