Por: Margarita Peláez Mejía

Supe contigo hijo que estaba viva, porque te veía morir y languidecer lentamente, vi acercarse a la muerte y pude observarla, nombrarla, respetarla por la dignidad, sabiduría, fortaleza, amor y valentía que se potenciaban en ti, antes de desplegar alas hacia otras dimensiones.

Así pude llorarte, acompañar tu memoria, bendecir tu paso por la vida y constatar que tu muerte y cada partida de un ser amado es un nacimiento a una nueva vida.


“No mueren quienes nos enseñaron a imaginar la eternidad”. 
Ángeles Mastretta

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