Por: Margarita Peláez Mejía 
Hay amores que son un regalo,
Amores sin tiempo,
Amores que con un abrazo
Te acarician el alma,
Sanan tus heridas,
Cicatrizan tus recuerdos.
Cuando estoy disfrutando de la soledad, salgo a quitar hojas y ramas secas de mi jardín, voy podando y dejando atrás lo que ya no va conmigo, lo que me robó el sol, la luz y la alegría.
Al terminar la tarde me siento a contemplar el atardecer, mirarme en el tiempo y la magia de un futuro inexistente, porque sólo el hoy es real.
Cuando sale el sol e inunda mi alcoba, celebro el nuevo día, el tiempo de la tierra que me invita a sembrar, a ver los tallos, flores nuevas que me hacen florecer el alma y sentirme una semilla estelar eterna. No le temo a la mujer en la que me voy convirtiendo, la anciana que camina un poco adelante me tranquiliza con su mirada y sonrisa, como diciéndome: todo estará bien. Hoy sé que soy tierra, soy paisaje, aire, luz, agua de lluvia.
Puedo abrazar a la mujer que soy, mi compañía me resulta simpática y agradable, soy el paso de los años, mis recuerdos reviven a ese ser valiente, amoroso, aventurero y creativo que vive en mí.
El tiempo me va cambiando mi físico, mi afuera. Las personas que me rodean y mi entorno me transforman e invitan a viajar hacia dentro. Este mismo instante es el regalo de la vida. Sentir el viento en la cara, el sonido del agua y el canto de los pájaros, un bello atardecer.
¡Pequeños momentos que me llenan de felicidad y me recuerdan el precioso regalo de estar viva!


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